Retén tu corona - Ap. Carlos Belart
Tomado de "Visión de Reino" - Ap Carlos Alberto Belart
“He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”. (Apocalipsis 3:11)
Algunos definen al libro de Apocalipsis como el “Libro de las Revelaciones”. Fue escrito por el apóstol Juan, el discípulo amado, a fines del primer siglo, durante su encarcelamiento en la isla de Patmos (en el mar Egeo). Este libro ha sido considerado, por su gran cantidad de símbolos, eventos y profecías, como uno de los escritos más difíciles de comprender en toda la Biblia. Apocalipsis es un libro de difícil interpretación y aplicación, y de carácter futurista. ¿Por qué? Porque es allí donde está escrito el porvenir de la humanidad y, por supuesto, el propósito de Dios. Es un libro que requiere mucho estudio, por eso, hay que tener conocimientos de hermenéutica y, especialmente, de escatología. En los institutos bíblicos se estudia el Apocalipsis con suma atención y cuidado, debido a su alta complejidad y su dificultosa interpretación. Apocalipsis es un libro fascinante, pero difícil de abordar.
En el tercer capítulo hay una carta dirigida a una iglesia que está en Filadelfia, que se la conoce por ser una iglesia fiel y un modelo para la congregación actual. En realidad, hay siete cartas dirigidas a siete iglesias diferentes. Veamos a continuación una de ellas:
“Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre (…)” (Apocalipsis 3:7)
El ángel de la iglesia es el pastor, el responsable principal. En este caso, cada iglesia recibe un elogio, una crítica y una instrucción. La carta tenía como finalidad corregir, instruir e inspirar a la iglesia. Creo que hoy Dios sigue escribiendo cartas a través de Su Palabra, para corregirnos, instruirnos e inspirarnos.
“Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas. El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias”. (Apocalipsis 1:20)
¿Dónde están los ángeles de las siete iglesias? En las manos del Señor. Es decir, las siete iglesias corresponden a cada candelero. Las siete estrellas son los ángeles que el Señor tiene en sus manos. Él le escribe al ángel de cada iglesia, que es la cabeza, para que le dé a conocer estas verdades a la congregación. En las otras cartas se reprende y exhorta a los ángeles, porque no hay jerarquía; es para todos por igual. La Biblia dice que: “Al que más se le da, más se le demanda” (Lucas 12:48). Siempre digo que debemos examinar lo que escuchamos en los púlpitos y compararlo con la Biblia, la autoridad máxima, la Palabra de Dios.
El hecho de ser el ángel de la iglesia no le hace un ser especial. Cuando se está hablando de ángel, se está haciendo referencia a la cabeza visible de la iglesia. Ahora, recuerda que el ángel está en las manos del Señor, por lo tanto, nunca tienes que tocar a un ángel de la iglesia. Si ves algo malo o incorrecto, simplemente, ora a Dios con todo tu corazón y espera en Su voluntad. No te levantes para criticar o difamar.
Comenzamos este capítulo con el versículo donde se nos insta a retener lo que tenemos, para que ninguno tome nuestra corona. Prestemos atención a esta palabra, porque hay alguien que está al asecho, que está sentado en el banco de suplentes, esperando que te lesiones y que dejes de pelear por lo tuyo. Hay alguien que está haciendo precalentamiento, aguardando que te descuides y que no retengas tu corona. Si no cuidas lo que Dios te dio, alguien más lo hará por ti. Retén lo que te fue dado, porque a cada uno se le añadió una medida de la gracia. Tú no puedes ir a la iglesia solamente para sentarte y ocupar un lugar, o para acallar tu consciencia religiosa, por ser día domingo, el día del Señor. Si piensas de esta manera, estás equivocado y mal enfocado. Si vas a la iglesia, que sea para adorar a un Dios vivo y verdadero. No vayas por causa del Pastor, por costumbres humanas o por causa de alguien más. Hazlo únicamente por Dios, y adora a ese Dios. Sírvele y hónrale como Él se lo merece.
Cuando se nos habla de corona, ¿qué imaginas? Ni en Argentina, ni en Latinoamérica, tenemos un sistema monárquico, pero hay países como el reino de España o el de Gran Bretaña, que tienen la imagen de la corona real. Cada corona tiene una significación diferente. Por ejemplo, entre los romanos, se puede distinguir, a través de la historia, diversos tipos de coronas, con sus respectivos significados:
1. La “corona radiante” o con puntas en el borde superior. Fue un atributo de los emperadores a quienes se rindieron honores divinos. Era un símbolo de realeza y dominio absoluto.
2. La “corona triunfal” o de laurel. Se otorgaba a los generales victoriosos. Era un símbolo de poder y valentía en la guerra.
3. La “corona cívica” o de rama de encina. Se concedía a los ciudadanos honorables. Era un símbolo de respeto y admiración ante el pueblo.
Las primeras coronas fueron las de laurel, que se otorgaban a los atletas griegos que se destacaban sobre el resto de los competidores y a los generales triunfantes en Roma, tras una batalla. El primer monarca coronado fue el emperador Constantino, que convirtió el imperio romano al cristianismo, en el año 313. Como se aprecia en estos ejemplos, la corona se ha considerado en todas las épocas como distintivo de la autoridad real y, en algunas de sus formas, como premio o condecoración debida a méritos muy singulares. En síntesis, la corona nos habla de autoridad y dominio. Por eso, Dios dice: “Retén tu corona para que nadie te quite tu autoridad y para que ninguno tome tu gobierno”.
“Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre. He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado” (Apocalipsis 3:8-9)
Veamos el mismo pasaje, pero en la Traducción al Lenguaje Actual:
“Estoy enterado de todo lo que haces, y sé que, a pesar de que tienes poco poder, me has obedecido en todo y nunca has negado conocerme. Por eso, pon atención: Voy a darte la oportunidad de servirme, y nadie te lo podrá impedir. Yo te he abierto la puerta, y nadie podrá cerrarla. Ya verás lo que haré con esos mentirosos que pertenecen a Satanás. Dicen que son judíos, pero en realidad no lo son. Haré que se arrodillen delante de ti, para que vean cuánto te amo”.
Dios sabe todo sobre tu vida, lo bueno y lo malo. No hay nada que el Señor no pueda ver. Hay cosas que la gente conoce de nosotros y otras que no. Podemos estar en un país extranjero, rodeados de personas que ni siquiera saben quiénes somos. Pero Dios nos está observando constantemente, sin apartar Su mirada de nosotros. Por eso, Él está enterado de todo lo que hacemos, lo bueno y lo malo, lo que los demás pueden ver y aquello que ocultamos. Dios conoce nuestros pensamientos y las intenciones de nuestro corazón. Sus ojos están puestos sobre nosotros, día y noche.
Ésta es la palabra que tengo para darte: “Para todos aquellos que han sido juzgados injustamente, y que han sido maltratados por causa del testimonio, ha llegado la hora de la restitución”. El Señor reunirá a toda esa gente que te ha avergonzado y los pondrá delante de ti para que te pidan perdón. Porque has retenido lo que te pertenece, porque no has entregado tu integridad y pureza, porque has sabido conservar la corona, Dios reivindicará tu causa y te pondrá en alto. La condición es: “Retener lo que tienes”. Hay que escoger entre ser popular y querido por los demás, o hacer lo que es correcto y justo, es decir, lo que Dios quiere. Por eso, no permitas que nadie tome tu corona, porque si la pierdes alguien más ocupará tu lugar.
“Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra”. Apocalipsis 3:10
En la vida, siempre tendremos pruebas. Pero la prueba no es para que te hundas, sino para comprobar si estás aprobado. Hay una hora especial, donde se nos va a poner a prueba y donde tendremos que obtener un buen resultado. Porque aunque pierdas a los ojos de los hombres, Dios te reivindicará, siempre y cuando, guardes la Palabra de Su paciencia, y demuestres un carácter firme y seguro. Por eso, Dios nos da la promesa de su regreso triunfante, que es el gran incentivo a la fidelidad perseverante y la perfecta consolación bajo las pruebas y dificultades.
Israel tenía tres clases de corona. Veamos a continuación las características de cada una de ellas:
1. Primera Corona: La Corona de Consagración (Nezer)
“Yo entonces me puse sobre él y le maté, porque sabía que no podía vivir después de su caída; y tomé la corona que tenía en su cabeza, y la argolla que traía en su brazo, y las he traído acá a mi señor”. (2 Samuel 1:10)
El pueblo de Israel, junto a Saúl, su rey a la cabeza, y a sus hijos, estaban enfrascados en un duro enfrentamiento contra los amalecitas. Este versículo relata la muerte de Saúl desde la perspectiva de un guerrero del pueblo enemigo. En aquella batalla, no sólo cayó Saúl, sino también sus hijos, incluyendo a Jonatán, el mejor amigo de David. En versículos anteriores, podemos ver que Saúl, devastado por su pérdida, puso su espada en el suelo y se apoyó sobre la misma, ordenándole a su paje de armas que lo empujase sobre ésta, para que lo atravesara. Pensó que no había solución para su caída y, por lo tanto, prefirió el suicidio.
Hay gente en la actualidad que piensa que nunca se va a levantar de un tiempo difícil y que su única salida es la muerte. El salmista David dijo en una ocasión: “¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría” (Salmo 55:6). Este tipo de cosas se dicen bajo presión. Si alguien está pasando por un buen momento, no tendrá deseos de vivir en un desierto, o lo que es peor, quitarse la vida. Tienes que saber enfrentar tus errores; si caíste y violaste la Palabra de la paciencia de Dios, hay una oportunidad nueva que el Señor quiere darte. Si te arrepientes, no te quites la vida, no pierdas las esperanzas y las ilusiones. Vuelve a empezar, porque en Dios siempre habrá una nueva oportunidad. Pero Saúl no entendió esta verdad, y murió sin comprender la misericordia y el perdón de Dios.
Continuado con la historia, vemos que el guerrero amalecita, al encontrar el cuerpo de Saúl, quiso sacar provecho de la situación y fue ante David, que circunstancialmente era un adversario de Saúl. Lo que este amalecita no tuvo en cuenta fue que David nunca levantó un dedo en contra de Saúl, aunque tuvo la oportunidad. En una ocasión, donde Saúl estuvo a su merced, el joven David respondió ante las críticas de sus hombres, que deseaban la muerte del rey, con estas palabras: “Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová” (2 Samuel 24:6). El soldado tomó la corona y el brazalete de su enemigo, símbolo de dignidad, y se los trajo al futuro rey de Israel.
“Entonces David, asiendo de sus vestidos, los rasgó; y lo mismo hicieron los hombres que estaban con él. Y lloraron y lamentaron y ayunaron hasta la noche, por Saúl y por Jonatán su hijo, por el pueblo de Jehová y por la casa de Israel, porque habían caído a filo de espada. Y David dijo a aquel joven que le había traído las nuevas: ¿De dónde eres tú? Y él respondió: Yo soy hijo de un extranjero, amalecita. Y le dijo David: ¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová? Entonces llamó David a uno de sus hombres, y le dijo: Ve y mátalo. Y él lo hirió, y murió”. (2 Samuel 1:11)
Quizás te parezca una historia cruel y un tanto sanguinaria, pero tengo que marcar la pésima actitud de este muchacho, que quiso sacar partido de una desgracia ajena. El joven inventó una historia. Si lees todo el capítulo verás que, a pesar de la intención de Saúl, el amalecita nunca provocó su muerte, sino que el rey se mató a sí mismo. Sin embargo, cuando vino a David, ideó una historia para impresionarlo. Pensó que el futuro rey se iba a alegrar por la muerte de Saúl y que recibiría, por tal motivo, una generosa recompensa.
Alguien va a declarar sentencia a todos aquellos que se han alegrado por tu caída. Dios no va a permitir que se burlen de Sus ungidos. Si alguien ha exhibido tu corona y tu brazalete, y ha celebrado tu caída, será reprendido por el Señor. Los que te acechaban con el mal, se irán, no los verás más, porque viene el tiempo de la reivindicación. No rompas tu consagración y no te separes de Dios. Retén tu corona, para que nadie te quite lo que es tuyo. El Señor te dice: “Yo conozco tus obras”. Sin embargo, el enemigo también declara: “Yo los perseguiré, los atraparé, los mataré y exhibiré sus despojos”. El enemigo, primero te persigue y luego te quiere seducir, para que rompas tu consagración y tu relación con Dios. No vamos a permitir que nuestros hijos caigan en la trampa del diablo y se dejen cautivar por un sistema diabólico, donde perder la dignidad es moneda corriente. No estamos para ser aceptados por el mundo, sino para cumplir con el propósito de Dios aquí en la tierra. Y si por cumplir con nuestro propósito somos calumniados o criticados, haremos oídos sordos a las voces de los impíos y seguiremos escuchando la voz de nuestro Padre, que nos dice que retengamos lo que tenemos, para que nadie nos quite nuestra corona de consagración.
2. Segunda Corona: La Corona de la Realeza (Keter)
“El séptimo día, estando el corazón del rey alegre del vino, mandó a Mehumán, Bizta, Harbona, Bigta, Abagta, Zetar y Carcas, siete eunucos que servían delante del rey Asuero, que trajesen a la reina Vasti a la presencia del rey con la corona regia, para mostrar a los pueblos y a los príncipes su belleza; porque era hermosa. Mas la reina Vasti no quiso comparecer a la orden del rey enviada por medio de los eunucos; y el rey se enojó mucho, y se encendió en ira. Preguntó entonces el rey a los sabios que conocían los tiempos (porque así acostumbraba el rey con todos los que sabían la ley y el derecho; y estaban junto a él Carsena, Setar, Admata, Tarsis, Meres, Marsena y Memucán, siete príncipes de Persia y de Media que veían la cara del rey, y se sentaban los primeros del reino); les preguntó qué se había de hacer con la reina Vasti según la ley, por cuanto no había cumplido la orden del rey Asuero enviada por medio de los eunucos. Y dijo Memucán delante del rey y de los príncipes: No solamente contra el rey ha pecado la reina Vasti, sino contra todos los príncipes, y contra todos los pueblos que hay en todas las provincias del rey Asuero. Porque este hecho de la reina llegará a oídos de todas las mujeres, y ellas tendrán en poca estima a sus maridos, diciendo: El rey Asuero mandó traer delante de sí a la reina Vasti, y ella no vino. Y entonces dirán esto las señoras de Persia y de Media que oigan el hecho de la reina, a todos los príncipes del rey; y habrá mucho menosprecio y enojo. Si parece bien al rey, salga un decreto real de vuestra majestad y se escriba entre las leyes de Persia y de Media, para que no sea quebrantado: Que Vasti no venga más delante del rey Asuero; y el rey haga reina a otra que sea mejor que ella”. (Ester 1:10-19)
La fiesta que brindó el rey Asuero duró seis meses. En un momento, el rey decidió que la reina Vasti se presentara en la fiesta, con el fin de mostrar la corona regia a todos sus invitados. Ésta era la corona de la realeza. Además, Asuero quería que todos admiraran la belleza de la reina. Pero ella se negó a la petición del rey y no quiso asistir a la fiesta.
Podríamos hacer un paralelismo entre Dios y la iglesia, con la historia citada arriba. La reina era hermosa y el rey quería exhibirla, deseaba que todos la vieran y disfrutaran de su belleza. Hoy, Cristo es el Rey y quiere exhibir a Su reina, que es la iglesia. Sin embargo, la reina se esconde y no desea mostrarse. Hay muchas personas que afirman ser cristianas, pero tienen vergüenza de decirlo, están llenas de prejuicios y temen que la gente diga que son locos o fanáticos, por eso, esconden su identidad y sus convicciones.
La reina de Cristo, la iglesia, debe exhibir su gloria y su belleza. Esta gloria no nos fue dada por nuestras habilidades o logros, sino por causa del Rey. Si nosotros no queremos exhibir la gloria del Rey, entonces, vendrá otro a tomar el lugar que nos pertenece. Vemos en el relato bíblico que Vasti fue reemplazada por Ester. Ella fue la reina que Dios utilizó para impedir que el pueblo de Israel fuera aniquilado. De esto podemos aprender que si no hacemos lo que tenemos que hacer, alguien más lo hará por nosotros. Dios no está nervioso ante lo que pueda suceder; Él reina por sobre todas las cosas y, mientras lo hace, espera ver la manifestación de Sus hijos en la tierra.
Da testimonio del poder de Dios y exhibe la gloria del Rey, para que nadie tome tu lugar de autoridad y te quite los privilegios de ser un hijo de Dios. No te avergüences del Evangelio, porque es poder de Dios. El Señor Jesucristo dijo: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:32-33). Tú no eres agente secreto del Reino de los cielos; debes ser un testimonio viviente, con todos tus defectos y debilidades. Tenemos que ser la mejor gente de nuestra ciudad, debemos ser la reserva moral de nuestra provincia y de nuestra nación. ¡Es hora de que los buenos comiencen a manifestar la gloria del Rey!
3. Tercera Corona: La Corona del Pacto (Hatar)
“Me ha despojado de mi gloria, y quitado la corona de mi cabeza”. (Job 19:9)
Job no era un rey, es decir, no pertenecía a un linaje o familia real. Así como tú, él era un trabajador común y corriente, un empresario. En este versículo, Job declara que todo le fue quitado. Hasta su mujer rompió el pacto cuando vio que lo había perdido todo. El desánimo y la desilusión entraron al corazón de esta mujer, que al ver que ya no tenía la riqueza de antes, se olvidó de su pacto con Dios.
“Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete”. (Job 2:9)
“Mas diréis: ¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto”. (Malaquías 2:14)
El pueblo, corona de su pastor
“Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?”. (1Tesalonicenses 2:19)
Pablo estaba preguntando cuál era su corona, aquélla que causaría su gloria. En la segunda pregunta del versículo está implícita la respuesta: ¿No lo sois vosotros (…)?”, haciendo referencia a los creyentes de Tesalónica. Esa corona, en mi caso (como pastor), es el pueblo que se me ha encomendado. Si no retengo esa corona, voy a perder su respeto y su cariño. Porque ahora todos me aplauden, pero si llego a cometer algún desacierto, esos mismos que me ovacionan, me levantarán una lápida. Si ven en mi vida una grieta o algún ínfimo error, me castigarán sin pensarlo dos veces. Por eso, tengo que retener mi corona. Retén lo que te fue dado, para que nadie tome tu corona.
Quiero hablarles a los caídos, a los que están tristes y a los que han fracasado. Aunque hayan cometido muchos errores, tómense de esta palabra: “Aunque siete veces caiga el justo, siete veces se levantará” (Proverbios 24:16). Aunque hayas fallado o perdido en gran manera, levántate. Nadie te condena, nadie te va a señalar con el dedo acusador. Al contrario, Dios te rodeará con un lazo de amor y con una corona de pacto, para que vuelvas a tomar esa corona y no la sueltes jamás.
Quiero animarte a que retengas lo que tienes. Mantente fiel al llamado de Dios sobre tu vida. Si te consagras cada día más, podrás ser portador de la corona que Dios ha reservado para ti. Las tres coronas de las que hablamos representan consagración, realeza y pacto. Sencillamente, representan el proceso que necesitamos para mantenernos firmes en la vida. Si nos consagramos todos los días al Señor, gozaremos de nuestra identidad de realeza que recibimos por herencia. Por lo tanto, estaremos atados a Dios por el pacto que Él ha establecido con Sus hijos. La consagración nos da identidad de realeza y nuestra identidad de realeza nos garantiza un pacto con el Padre. De esa manera, nadie nos quitará lo que nos corresponde.
Tomado: "Visión de Reino" - Ap. Carlos Belart - Cita con la vida - Córdoba, Argentina